Actualizado a 08 de abril de 2024

La República Romana

"Cicerón denunciando a Catilina" (1880), por C. Maccari.

Así pues, bajo el caudillaje e iniciativa de Bruto y Colatino, a quienes la noble matrona moribunda había encomendado su venganza, el pueblo Romano, como impelido por inspiración divina a defender su libertad y vengar la ofensa de su honor, destituye prestamente al rey, saquea sus bienes, consagra su dominio al dios Marte y transfiere el poder a quienes le habían devuelto la libertad, si bien modificando sus prerrogativas y designación: decidió que su potestad, en vez de perpetua, fuera anual, y compartida, en lugar de personal, de modo que no se corrompiese por su carácter unipersonal ni por la duración; y los denominó cónsules, en lugar de reyes, para que recordasen que debían velar por sus conciudadanos. Tan extraordinario contento se había producido a causa de la recién adquirida libertad que, apenas se tuvo la seguridad del cambio de situación, se arrojó de la ciudad a uno de los dos cónsules, el marido de Lucrecia, después de haberle desposeído de su cargo, tan sólo por el hecho de que su nombre y su linaje era el de los reyes. Su sustituto, Horacio Publícola, puso sumo afán en acrecentar la majestad del pueblo libre: en honor suyo abatió las fasces ante la asamblea, le concedió el derecho de apelación contra sus propias decisiones, y, con el fin de no ofenderle con el aspecto de fortaleza de su morada que sobresalía por encima del resto, la trasladó a la planicie. Por su parte, Bruto se atrajo también el favor del pueblo por la extinción de su casa y el parricidio, pues, al descubrir que sus propios hijos intentaban hacer regresar de nuevo a los reyes a la Ciudad, los arrastró al foro, y azotó y ejecutó con el hacha ante la multitud, de modo que quedara verdaderamente patente que, cual padre de la patria, había adoptado al pueblo como hijo. Libre ya a partir de este momento, el pueblo Romano tomó sus primeras armas para defender su libertad contra los extraños; luego, en defensa de sus límites; a continuación, de sus aliados; finalmente, por la gloria y el Imperio, puesto que todos sus vecinos lo hostigaban sin pausa por doquier; de hecho, al no poseer porción alguna de tierra en patrimonio, sino un pomerio tras el cual se encontraba inmediatamente el enemigo, y hallarse situado, como en una encrucijada, entre el Lacio y los etruscos, venía a dar con el enemigo por todas sus puertas; hasta que, por una especie de contagio, se pasó de uno a otro y, con la derrota de los más cercanos, consiguieron someter a su dominio a toda Italia. FLORO (): Epítome de la Historia de Tito Livio, I, 3 (9).


Sila en persona, habiendo convocado en asamblea a los romanos, dijo muchas cosas en tono grandilocuente sobre sí mismo, profirió otras en son de amenaza para atemorizarlos y terminó diciendo que llevaría al pueblo a un cambio provechoso, si le obedecían, pero que no libraría a ninguno de sus enemigos del peor castigo, antes bien, se vengaría con toda su fuerza en los generales, cuestores, tribunos militares y en todos aquellos que habían cooperado de alguna forma con el resto de sus enemigos después del día en que el cónsul Escipión no se mantuvo en lo acordado con él. Nada más haber pronunciado estas palabras proscribió con la pena de muerte a cuarenta senadores y a unos mil seiscientos caballeros. Parece que él fue el primero que expuso en lista pública a los que castigó con la pena de muerte, y que estableció premios para los asesinos, recompensas para los delatores y castigos para los encubridores. Al poco tiempo fueron añadidos a la lista otros senadores. Algunos de ellos, cogidos de improviso, perecieron allí donde fueron apresados, en sus casas, en las calles o en los templos. Otros, llevados en volandas ante Sila, fueron arrojados a sus pies; otros fueron arrastrados y pisoteados sin que ninguno de los espectadores levantara la voz, por causa del terror, contra tales crímenes; otros sufrieron destierro, y a otros les fueron confiscadas sus propiedades. Contra aquellos que habían huido de la ciudad fueron despachados espías, que rastreaban todo y mataban a cuantos cogían. También hubo mucha matanza, destierros y confiscaciones entre los italianos que habían obedecido a Carbo, a Norbano, a Mario o a sus lugartenientes. Se celebraron juicios rigurosos contra todos ellos por toda Italia, y sufrieron cargos de muy diverso tipo por haber ejercido el mando, por haber servido en el ejército, por la aportación de dinero, por prestar otros servicios, simplemente por dar consejos contra Sila. Fueron también motivo de acusación la hospitalidad, la amistad privada y el préstamo de dinero, tanto para el que lo recibía como para el que lo daba, y alguno incluso fue apresado por algún acto de cortesía, o tan sólo por haber sido compañero de viaje. Estas acusaciones abundaron, sobre todo, contra los ricos. Cuando cesaron las acusaciones individuales, Sila se dirigió sobre las ciudades y las castigó también a ellas, demoliendo sus ciudadelas, destruyendo las murallas, imponiendo multas a la totalidad de sus ciudadanos o exprimiéndolas con los tributos más gravosos. Asentó como colonos en la mayoría de las ciudades a los que habían servido a sus órdenes como soldados, a fin de tener guarniciones por Italia, y transfirió y repartió sus tierras y casas entre ellos. Este hecho, en especial, los hizo adictos a él, incluso después de muerto, puesto que, al considerar que sus propiedades no estaban seguras, a no ser que lo estuviera todo lo de Sila, fueron sus más firmes defensores, incluso cuando ya había muerto. APIANO (): Historia romana. Guerras civiles, I 95-96

Esquema del Cursus Honorum de la República Romana

Pero cuando el Estado creció por el esfuerzo y la justicia, grandes reyes fueron sojuzgados en la guerra, gentes salvajes y vastos pueblos sometidos por la fuerza, y Cartago, rival del Imperio Romano, pereció de raíz, y quedaban libres todos los mares y tierras, la Fortuna empezó a mostrarse cruel y a trastocarlo todo. Para hombres que habían soportado fácilmente fatigas, riesgos, situaciones comprometidas y difíciles, el no hacer nada y las riquezas, deseables en otro momento, resultaron una carga y una calamidad. Así que primero creció el ansia de riquezas, luego, de poder; ello fue el pasto, por así decirlo, de todos los males. Pues la avaricia minó la lealtad, la probidad y las restantes buenas cualidades; en su lugar, enseñó la arrogancia, la crueldad, enseñó a despreciar a los dioses, a considerarlo todo venal. La ambición obligó a muchos mortales a hacerse falsos, a tener una cosa encerrada en el pecho y otra preparada en la lengua, a valorar amistades y enemistades no por si mismas, sino por interés, a tener buena cara más que buen natural. Estos defectos crecían lentamente al principio y a veces eran castigados; más adelante, cuando se produjo una invasión contagiosa, como si fuera una peste, la ciudad cambió, el poder se convirtió de muy justo y excelente en cruel e intolerable. [...] Desde que las riquezas comenzaron a servir de honra, y gloria, poder e influencia las acompañaban, la virtud se embotaba, la pobreza era considerada un oprobio, la honestidad empezó a tenerse por mala fe. De esta manera, por culpa de las riquezas, invadieron a la juventud la frivolidad, la avaricia y el engreimiento: robaban, gastaban, valoraban en poco lo propio, anhelaban lo ajeno, la decencia, el pudor, lo divino y lo humano indistintamente, nada les merecía consideración ni moderación. [...] A mí se me antoja que a estos individuos las riquezas les han servido de capricho, porque se apresuraban a derrochar vergonzosamente las que tenían la posibilidad de poseer con honradez. [...] Los hombres se sometían como mujeres, las mujeres exponían su honra a los cuatro vientos; para alimentarse escudriñaban todo en la tierra y en el mar; dormían antes de tener deseo de sueño, no aguardaban a tener hambre o sed ni frío o cansancio, sino que por vicio anticipaban todas estas necesidades. Este comportamiento incitaba al crimen a la juventud cuando faltaban los bienes de familia. El espíritu imbuido de malas artes no se privaba fácilmente de placeres, de ahí que se entregase más profusamente y por todos los medios a ganar dinero y a gastarlo. En una ciudad tan grande y tan corrompida, Catilina (cosa que era muy fácil de hacer) tenía a su alrededor un batallón de todas las hazañas y crímenes, como una guardia de corps. Pues cualquier sinvergüenza, calavera o jugador que hubiera disipado la fortuna paterna en el juego, la buena comida [...], y el que había contraído grandes deudas para hacer frente a su deshonor o su crimen, todos los parricidas de cualquier procedencia, sacrílegos o convictos en juicios, o por sus hechos temerosos de un juicio, aquéllos además a los que alimentaba su mano con la sangre de los conciudadanos, o la lengua con falso testimonio, todos, en fin, a quienes torturaba el deshonor, la escasez o la mala conciencia, éstos eran los íntimos de Catilina y sus amigos. SALUSTIO (): Conjuración de Catilina, 10-14.

"Revolución" de la serie Ancient Rome: The Rise and Fall of an Empire

El profundo dolor, o más bien la consternación que en mí veis, padres conscriptos, la ocasiona la cruel y miserable muerte de Cayo Trebonio, óptimo ciudadano y persona de la mayor moderación; creo, sin embargo, que en tal suceso hay algo provechoso para la república en lo futuro. Esta muerte nos demuestra hasta dónde puede llegar la barbarie de los malvados que han empuñado las armas contra la patria. Porque los dos seres más crueles y repugnantes que han nacido de raza humana son Dolabela y Antonio, de los cuales el uno consiguió lo que deseaba, y el otro ha descubierto lo que meditaba. Cruel fue Lucio Cinna; perseverante en sus odios Cayo Mario; vehemente Lucio Sila; sin embargo, ninguno de ellos fue más allá de la muerte en sus acerbas venganzas; y esta pena, aplicada a los ciudadanos, juzgábase excesivamente cruel. Pero he aquí dos gemelos en maldades, dos bárbaros de una ferocidad nunca vista ni oída. Recordaréis que hubo entre ambos grandísimo odio y empeñada lucha; vedlos hoy unidos por los apretados lazos de singular afecto y simpatía como ya lo estaban por la identidad de su impurísima naturaleza y de su vida abominable. Luego lo que ha hecho Dolabela con el que pudo prender es lo mismo que amenaza Antonio hacer con muchos de nosotros. Pero Dolabela estaba lejos de nuestros cónsules y de nuestros ejércitos; ignoraba la unión de sentimientos y de propósitos del Senado y el pueblo romano, contaba con el apoyo de las tropas de Antonio y pensaba, sin duda, que crímenes cometidos por él los había realizado ya en Roma el socio en sus furores. ¿Creéis que este último pueda tramar otra cosa, ni abrigar otros propósitos, ni tenga otros motivos para esta guerra? Todos nosotros, los que expresamos libremente nuestras ideas respecto a la república; los que emitimos opiniones dignas de nosotros; los que quisimos la libertad del pueblo romano no somos para él adversarios, sino enemigos, y medita para nosotros mayores suplicios que para los enemigos. Considera la muerte como castigo de la naturaleza, y que los tormentos y los suplicios lo son de la iracundia. ¿Qué especie de enemigo hemos de ver en un hombre a quien será preciso agradecer como beneficio el sufrir la muerte sin torturas?. Por tanto, padres conscriptos, aunque no necesitáis que os exhorten (espontáneamente ha enardecido nuestro ánimo el deseo de la libertad); sin embargo, emplead el mayor esfuerzo en la defensa de la libertad, porque, si sois vencidos, sufriréis los peores suplicios que se imponen a los esclavos. Antonio ha invadido la Galia; Dolabela el Asia, dos provincias gobernadas por otros. Bruto ha hecho frente al primero. Llegó este furioso queriendo asolarlo todo, destruirlo todo, y Bruto, con peligro de su vida, ha contenido sus progresos, refrenado sus ímpetus y cortándole la retirada, pues, dejándose sitiar por Antonio, le ha envuelto por todos lados. El segundo llegó apresuradamente al Asia. ¿Por qué? Si era para ir a Siria, tenía camino más corto y seguro. ¿Qué iba a hacer con una legión? Por delante envió a no sé qué Marso Octavio, un malvado, ladrón y miserable que asolaba los campos y vejaba las ciudades, no con la esperanza de reconstituir su fortuna, porque este hombre no puede conservar nada, según dicen sus conocidos (yo desconozco a ese senador), sino para saciar por un momento su famélica codicia. Síguele después Dolabela, sin engendrar sospecha alguna de guerra. ¿Quién había de esperarla entonces? En seguida, las amistosas entrevistas con Trebonio, los abrazos, falsas muestras de fingida amistad, los apretones de manos, cuantas demostraciones suelen ser prenda de buena fe, pérfidamente violadas por este malvado. Penetra por la noche en Esmirna, como en ciudad enemiga, siendo sus habitantes nuestros más antiguos y fieles aliados. Trebonio es aprisionado. Si Dolabela obraba ya como enemigo declarado, Trebonio fue un imprudente; si ocultaba sus intenciones bajo la máscara de ciudadano, Trebonio fue un desgraciado. Sea lo que fuere, la fortuna ha querido mostrarnos con su muerte lo que debemos temer si somos vencidos. Un personaje consular, un hombre que gobernaba la provincia de Asia con autoridad de cónsul, fue puesto en manos del desterrado Samiario. Dueño de Trebonio, pudo matarle en seguida, pero no lo hizo, según creo, por no parecer demasiado liberal en la victoria. Después de vomitar con su impura boca sobre este excelente ciudadano las frases más ofensivas, sometiéndole a azotes y torturas, pidióle cuenta de los fondos públicos, y esto durante dos días. Después, tras romperle el cuello hizo que le cortaran la cabeza y mandó llevarla clavada en una pica; el cuerpo, arrastrado y mutilado, lo arrojaron al mar. Este es el enemigo a combatir, el monstruo que sobrepuja en crueldad a cuanto pudo inventar la barbarie. ¿Qué decir de la matanza de ciudadanos romanos; del saqueo de los templos? ¿Quién es capaz de deplorar todas las calamidades producidas por hechos tan atroces? Y, sin embargo, Dolabela se está paseando por toda Asia con fausto regio, creyéndonos empeñados en otra guerra, como si no fuera una sola la emprendida contra este par de impíos criminales. Bien veis que, en punto a crueldad, Dolabela es la propia imagen de Marco Antonio. El uno ha formado al otro, y en los preceptos de éste ha aprendido aquél sus maldades. ¿Creéis que si Antonio pudiera, daría en Italia mayores muestras de blandura y mansedumbre que Dolabela en Asia? En mi opinión, Dolabela ha llegado hasta donde puede llegar la demencia humana; pero no habrá suplicio en el mundo de que nos libremos si Antonio llega a poder imponérnoslo. CICERÓN (): Filípicas, XI 1-3.


La Republica de Roma de Bezmiliana

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CINEFORUM "Espartaco" (1960) y ficha didáctica cineforum.
Cine: Cleopatra (1963), Roma tv (2005-07).